Del llamado de emergencia a la tribuna: el caso que encendió el debate
Una convocatoria a la selección puede cambiar carreras. También puede congelarlas. El caso de Iván Román, central de 18 años que pasó de Palestino a Atlético Mineiro, se convirtió en el ejemplo más claro de los llamados que se quedan en nada durante el ciclo de Ricardo Gareca en la Roja. Entró a última hora como refuerzo tras la lesión de Charles Aránguiz y, pese a integrar la nómina para enfrentar a Argentina y Bolivia por las Eliminatorias, terminó fuera hasta del banquillo.
Román, nacido el 12 de julio de 2006 y con recorrido en el Sudamericano Sub-20, llegó a Juan Pinto Durán con la ilusión a tope. Era su primera citación adulta y la frase que repitió en TNT Sports lo resume todo: “Fui a la selección a jugar… quería aportar”. Creía que su experiencia previa en altura le daba una carta a favor para El Alto, donde la densidad del aire exige perfiles muy específicos en la zaga. Nada de eso pasó. Para ese encuentro, el cuerpo técnico apostó por Igor Lichnovsky y el juvenil chileno-brasileño vio el partido como espectador.
El golpe no fue solo emocional. En instancias de clasificación, cada minuto perdido pesa para los jóvenes en formación. Cuando un futbolista de 18 años cruza la puerta de una absoluta, lo que espera es competir, aunque sea diez minutos. No ocurrió. Y la sensación que dejó fue la de un peaje demasiado caro para una experiencia que, en la práctica, no tuvo cancha.
El contexto explica parte de la foto. En Eliminatorias, las selecciones suelen concentrar con listas más largas de las que entran en la planilla oficial del partido. Se inscriben más nombres de los que luego caben en el acta. Antes de cada duelo hay “cortes”: futbolistas que trabajan toda la semana y, a pocas horas del pitido inicial, quedan fuera por decisión técnica. Es habitual. Lo que generó ruido esta vez fue el volumen y el perfil de los que quedaron mirando.
Para la noche contra Argentina en el Nacional, cinco nombres se quedaron sin casillero: Esteban Matus (Audax Italiano), Maximiliano Guerrero y Nicolás Fernández (Universidad de Chile), Rodrigo Ureña (Universitario, Perú) e Iván Román. El grupo no era homogéneo en edad ni momento, y eso le dio otra lectura a la decisión. Había un lateral en buen presente local, dos jugadores de un grande, un volante con recorrido sostenido en el extranjero y un zaguero sub-20 que venía en proyección.
En la antesala del viaje a la altura, Román se veía como una pieza lógica por características. Central rápido, con lectura en coberturas largas y habituado a defender metros hacia atrás, suele encajar en libretos donde la línea no puede comprimir tanto por el desgaste del oxígeno. Su lectura fue clara: “Si podía jugar, mejor, y aportar mis cosas”, dijo en TV. Gareca eligió otro camino.

Los "cortados" de Gareca: gestión de grupo, criterios y costes deportivos
El caso Román no se explica solo; se inserta en una práctica que fue constante en el proceso. En cada ventana, varios llamados sin minutos, incluso sin banca. El método es defendible si la competencia interna aumenta el nivel del grupo, pero se vuelve polémico cuando el reparto de oportunidades no aparece y el equipo no suma resultados. Chile cerró la campaña sin lograr el cupo al Mundial 2026 y esa combinación desató el reproche público.
El listado de “cortados” en la jornada con Argentina ilustra la tensión entre meritocracia de club y jerarquías de selección:
- Esteban Matus venía con rodaje y regularidad en Audax. Su perfil de lateral/central abierto podía ser útil para ajustar coberturas frente a extremos que desbordan por dentro. Aun así, quedó sin entrar en planilla.
- Maximiliano Guerrero y Nicolás Fernández llegaban desde la U con presentes distintos, pero con atributos de intensidad para partidos de presión alta. Tampoco tuvieron casillero.
- Rodrigo Ureña, mediocentro de despliegue y lectura, importante en Universitario, sumó experiencia y cero minutos.
- Iván Román, el más joven del grupo, fue el símbolo por expectativa y proyección truncada.
Nadie pide regalar minutos. Lo que sí se cuestiona es la consistencia del criterio. Si la nómina se abre a jóvenes en crecimiento, lo natural es ofrecer escenarios de aprendizaje controlado: tramos finales, roles específicos en el plan de partido, o amistosos que validen el salto. Cuando el ciclo se llena de entrenamientos sin debut, el mensaje que baja al resto del ecosistema (clubes, representantes, cantera) es que la puerta se abre, pero no conduce a la cancha.
Hay otro ángulo menos visible: la comunicación. En las selecciones modernas, los staffs informan a cada jugador su rol probable antes de la fecha FIFA. No todo tiene que ser textual, pero sí claro: qué se espera del convocado, en qué situaciones podría entrar, y qué debería ocurrir para que no tenga minutos. Esa claridad reduce la frustración y baja la sensación de “número para completar”. En la Roja de Gareca, varios de los citados terminaron describiendo incertidumbre sobre su real lugar en la rotación.
¿Tiene lógica cargar la concentración con futbolistas que casi seguro no entrarán en el acta? En parte, sí. Se entrena con más calidad y se protege el equipo ante lesiones súbitas. Pero el balance es delicado: cada llamada a un juvenil tiene coste de desarrollo. Son días fuera de su club, pérdida de minutos competitivos y una expectativa que, si no se gestiona bien, se transforma en ruido mental. En canteranos, eso pesa más que en veteranos.
El capítulo de la altura agrandó el debate. En El Alto, la adaptación no es un detalle. Ritmo, intervalos de esfuerzo y control de cargas se planifican con lupa. De ahí que la exclusión de un central que conoce ese entorno se leyera como una oportunidad desperdiciada para ajustar el plan a un contexto específico. La apuesta por Lichnovsky fue el camino de la jerarquía. La pregunta que quedó flotando fue si ese era el partido para probar otro perfil o, al menos, para darle minutos situacionales a un joven que puede ser útil en escenarios similares.
La lista de emergencias tras la lesión de Aránguiz también dejó una curiosidad de pizarra. Se cayó un volante mixto y entraron perfiles diversos: Román como zaguero, Lucas Assadi como mediapunta y Matías Sepúlveda como interior. Una mezcla para mantener versatilidad, sí, pero que, a la hora de recortar, se resolvió sin cancha para el defensa. No es que el cuerpo técnico no tuviese argumentos; es que, sin resultados, las decisiones se vuelven más difíciles de defender hacia fuera.
Este patrón tuvo efectos colaterales en el vestuario. Los “cortados” no solo pierden minutos; también pierden ritmo emocional. Es complejo sostener el foco cuando entrenas al máximo y quedas en la tribuna dos partidos seguidos. La siguiente ventana, el futbolista llega con el freno de mano mental puesto. Y si, además, en su club nota que la citación le quitó titularidad, el círculo se vuelve contraproducente.
En términos de política deportiva, hay herramientas conocidas para reducir ese daño: micro-roles definidos por partido (cinco o diez minutos con tareas claras), amistosos internos con duración y reglas específicas, y ventanas amistosas donde se prioriza la prueba sobre el resultado. La crítica al proceso de Gareca es que esa escalera no se terminó de ver. Se llamó mucho, se probó poco y se consolidó menos.
¿Qué queda para Román? Competir. Reafirmarse en Atlético Mineiro, sostener altos estándares en entrenamientos y sumar minutos en el Brasileirao y copas. Desde ahí, las próximas ventanas de selección se pelean con hechos. La selección siempre mira el presente. Y en el fútbol sudamericano, un semestre sólido vale más que una promesa. El zaguero tiene edad, herramientas y margen. Lo que necesita es un lugar donde esas herramientas se validen en la cancha.
Para la Roja, la lección es incómoda pero útil. Si el ciclo da señales de renovación, la transición debe ser coherente: menos llamadas simbólicas, más oportunidades reales. Los veteranos mantienen la estructura; los jóvenes oxigenan fases del juego que hoy cuestan: velocidad de cierre, duelos largos, coberturas a campo abierto. Cuando los “cortados” son muchos y repetidos, ese oxígeno nunca llega al partido.
Román puso voz a una sensación que circulaba en silencio. Dijo en TV lo que otros conversan en pasillos: la expectativa de pertenecer de verdad. No es una queja caprichosa; es un reclamo de planificación. La selección es un lugar de élite, pero también de aprendizaje. Si los jóvenes van para mirar, que sea con un plan. Si van para competir, que el plan prevea minutos posibles. Entre una cosa y la otra, Chile perdió tiempo valioso en una clasificatoria que terminó sin premio.
El dato que incomoda a cualquier proceso es simple: cuando falte el resultado, todo se reevalúa con lupa. En ese espejo, los “cortados” de Gareca —Román a la cabeza— quedan como síntoma de una dirección que no terminó de cuajar. Hay talento en la nueva camada, hay jerarquía en los mayores. El desafío, para el que venga o para quien siga, no es convocar más. Es convocar mejor, y decidir a quién se le da la llave del campo cuando la clasificación se juega en 90 minutos.