Un gesto de lealtad total y un giro estratégico que incomoda
Una frase lo cambió todo: Luis Silva Irarrázaval, vicepresidente del Partido Republicano y exconsejero constitucional, aseguró que en caso de que José Antonio Kast llegue a La Moneda, él se sumará al gobierno “donde sea, como sea y si él quiere”. El compromiso despeja cualquier duda sobre su rol futuro y refuerza la idea de que el círculo de Kast ya opera como un equipo en formación.
Lo realmente noticioso, sin embargo, fue el segundo movimiento. En conversación con Radio Futuro, Silva rompió con el libreto más rígido del partido: dejó abierta la posibilidad de participar en primarias presidenciales. No habló de un acuerdo amplio con Chile Vamos, sino de un entendimiento acotado con el diputado libertario Johannes Kaiser, hoy en proceso de levantar su propio referente político. El mensaje fue claro: si la suma Kast–Kaiser empieza a incomodar a la carta de Chile Vamos, hay que sentarse a conversar de estrategia parlamentaria y presidencial.
El Partido Republicano había repetido la fórmula que le funcionó en 2021: competir sin primarias y llegar con su propia identidad a primera vuelta. Entonces, Kast instaló un relato nítido de orden y seguridad, y terminó disputando el balotaje. La idea de repetir el plan estaba asentada. Por eso las palabras de Silva cayeron como una pedrada en la laguna: por primera vez, un dirigente de primera línea abrió una puerta que la directiva prefería mantener cerrada.
Silva, abogado y académico nacido en 1978, se convirtió en figura nacional durante el último proceso constitucional, donde fue uno de los consejeros más votados. Desde entonces, su voz pesa en el trazado de la estrategia republicana. La señal de ahora no es un rapto improvisado: apunta a ordenar el flanco libertario y evitar que la derecha compita entre sí por el mismo electorado sin un mínimo de coordinación.

Qué se juega la derecha y por qué esta discusión llega ahora
La centroderecha llega al ciclo 2025 con dos polos visibles. Por un lado, Chile Vamos —UDI, RN y Evópoli—, con liderazgos instalados y redes territoriales. Por otro, los republicanos, que crecieron como fuerza autónoma y se niegan a diluir su sello. En medio, un espacio libertario en construcción donde se mueve Kaiser, que busca reconocimiento legal para su partido y capitalizar un voto más radical en lo económico y lo antiestatal.
¿Por qué hablar de primarias ahora? Porque la ventana institucional obliga a definir pactos con meses de anticipación y porque el mapa electoral puede volverse adverso si la derecha corre dividida en exceso. Las primarias legales en Chile son voluntarias, las administra el Servel y requieren pactos formales entre partidos. No es un trámite menor. Si Kaiser no logra inscribir su colectividad a tiempo, su margen para entrar a una primaria se reduce; si lo logra, el incentivo para coordinarse crece, sobre todo en distritos parlamentarios clave.
Silva puso el foco en la aritmética: si la suma de apoyos de Kast y Kaiser empieza a “amenazar” al candidato de Chile Vamos, entonces conviene ordenar la cancha. Traducido: si ese bloque captura más intención de voto conjunta que la carta tradicional de la centroderecha, competir separados podría regalarle ventaja a sus rivales en primera vuelta y complicar el paso al balotaje.
La reacción interna no fue amable. En el Partido Republicano molestó el hecho de que la discusión estratégica saliera a la luz en una entrevista y no en una mesa cerrada. La directiva, que ha defendido ir directo a primera vuelta, teme dos cosas: que una primaria vacíe el relato identitario y que obligue a negociar cupos parlamentarios antes de tiempo. Para un partido que capitaliza la idea de coherencia y orden, abrir procesos competitivos con aliados potenciales es un riesgo de marca.
Al otro lado, en Chile Vamos, las señales se leen con doble cara. Una primaria acotada Kast–Kaiser podría ordenar el flanco más duro de la derecha y, a la vez, presionar a la coalición tradicional a definir su candidatura sin ambigüedades. Son conocidos los episodios en que la derecha compitió consigo misma: en 2021 Kast evitó la primaria y llegó fuerte a noviembre; Chile Vamos corrió la suya y luego trató de sumar en segunda vuelta. El aprendizaje está fresco.
La conversación también mira al Congreso. Cualquier entendimiento presidencial arrastra un diseño parlamentario: pactos por omisión en distritos donde la competencia interna podría costar un escaño, o listas coordinadas para maximizar el rendimiento bajo el sistema proporcional. De eso habló, en el fondo, Silva: de una mesa donde se negocien reglas claras para no canibalizarse.
Hay otro elemento: el clima de opinión. Encuestas como la Plaza Pública de Cadem han mantenido a Kast y a figuras emblemáticas de Chile Vamos en la parte alta de las preferencias durante 2024, con variaciones según coyuntura. En ese tablero, un actor libertario más visible reordena los márgenes y obliga a todos a cuidar sus flancos. Si Kaiser consolida orgánica y discurso, su capacidad de negociación sube; si no lo hace, su influencia se diluye y una primaria pierde sentido.
Para Silva, la apuesta tiene un costo y una ganancia. El costo: irritar a los suyos y aparecer como quien movió la línea roja de la estrategia. La ganancia: poner primero la ingeniería electoral y abrir una conversación que, tarde o temprano, la derecha debía dar. Su compromiso personal con Kast lo blinda ante sospechas de deslealtad y, a la vez, le permite hablar de coaliciones sin que parezca que relativiza la candidatura de su propio líder.
El desenlace dependerá de tres factores: el calendario legal que marque Servel, el estado real de las inscripciones del proyecto de Kaiser y la evolución de las encuestas en los próximos meses. Si las cifras muestran que la derecha corre el riesgo de dispersar votos decisivos, una primaria o, al menos, un pacto por omisión será más probable. Si el liderazgo de Kast se afirma sin competidores cerca, el incentivo para mantener la ruta directa a primera vuelta seguirá intacto.
Por ahora, Silva prendió la luz en una sala donde todos hablaban en voz baja. La derecha chilena discute su estrategia con la antesala de un ciclo electoral duro, y el Partido Republicano enfrenta una decisión de identidad: competir solo y puro, como en 2021, o aceptar una primaria que ordene el bloque y testee fuerzas antes de noviembre de 2025. A veces, abrir la puerta no es salir; es ventilar la casa para ver quién se sienta a la mesa.